EVO MORALES: UN CAUDILLO SIN RETIRADA
“Evo Morales se consolidó como un caudillo incapaz de concebir el poder sin él mismo en el centro”
Definir al caudillo no es tarea
sencilla; intentarlo puede ser tan frustrante como buscar calidad de gestión en
el gobierno de Luis Arce Catacora: simplemente no se encuentra. No obstante,
para efectos de este análisis, entenderemos por caudillo a quien ejercen un liderazgo especial por sus condiciones
personales. El caudillo emerge con fuerza cuando la confianza en las
instituciones se derrumba. Su figura eclipsa a los partidos que lo rodean e
incluso puede llegar a aplastarlos y subordinarlos completamente a
su voluntad.
En la definición anterior se
identifican tres elementos clave que le calzan como poncho a medida a Evo
Morales, expresidente de Bolivia, personaje que no acepta el retiro del poder,
obsesionado con su regreso y dispuesto a incendiar el país si no se le allana
el camino:
Primero, Evo ejerce un liderazgo
singular, centrado en su figura personal. Este liderazgo se ha visto envuelto en
un aura casi mística, alimentado por el relato de origen indígena, el discurso
anticolonial y la construcción de una narrativa que lo presenta como el “único
salvador del proceso”. Sin embargo, a pesar de esta imagen, en lugar de
contribuir a la reconstrucción democrática tras su salida, Morales se ha convertido
en un actor fundamental del estancamiento político y la creciente polarización
social.
Segundo, evidentemente, la
figura política de Evo Morales se consolidó en un contexto de crisis
institucional, cuando los gobiernos anteriores habían perdido legitimidad,
respaldo ciudadano y capacidad de respuesta ante las demandas sociales. Morales
supo canalizar ese descontento a través de una narrativa de reivindicación
popular. Sin embargo, con el tiempo, él mismo se convirtió en aquello que decía
combatir. Tras más de una década en el poder, fue su propio gobierno el que
comenzó a erosionar la institucionalidad democrática, debilitando la separación
de poderes, instrumentalizando la justicia y concentrando el poder en su
persona. Hoy, lejos de ser un referente de estabilidad o renovación política, es
uno de los principales responsables del deterioro institucional del país.
Tercero, y no menos importante,
Evo Morales terminó devorando al partido que lo llevó al poder: el Movimiento
al Socialismo (MAS); lo que alguna vez fue un proyecto colectivo con base
sindical, campesina e indígena-popular, se fue progresivamente transformado en
un partido de culto a la personalidad. Bajo su mando, el MAS dejó de ser un
movimiento plural para convertirse en un aparato obediente, subordinado a los
caprichos de su líder.
De ese modo fue que Evo Morales provocó
la fractura interna del partido, al negarse a ceder espacios de liderazgo y al
imponer su figura por encima de cualquier renovación. Su
persistencia en mantenerse como figura central, incluso tras dejar la
presidencia, generó tensiones irreconciliables dentro del partido y debilitó su
cohesión orgánica. Esta dinámica no solo fracturó al instrumento político, sino
que también contribuyó significativamente a la inestabilidad del país, al
fomentar una crisis de gobernabilidad marcada por la polarización, el conflicto
interno y el debilitamiento de la institucionalidad democrática.
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