MARIANA PRADO: OJOS QUE JUZGAN, ROSTRO QUE NO MIENTE

Franklin Aspety

Esos ojos, al mirar, expresan un rechazo inmediato. Es una reacción visceral, espontánea, que revela disgusto sin necesidad de palabras. La incomodidad se delata en cada parpadeo, en la tensión del rostro, en el gesto apenas contenido de desdén. En fracciones de segundos, su mente evalúa, compara y juzga. Sus labios se aprietan, su expresión se endurece. No está conforme. La comida no le provoca apetito, sino rechazo. No encuentra en ese sabor lo familiar ni lo deseado. Su paladar, acostumbrado a experiencias más refinadas, no conecta con esa sencillez, y esa distancia —entre lo que espera y lo que recibe— se convierte en un silencio elocuente. Lo sabe, lo siente y lo muestra, sin pronunciar una sola palabra.

P. D.: Una persona que reacciona con disgusto ante lo que es cotidiano para el pueblo —su comida, sus costumbres, sus formas de vida— revela una desconexión que va más allá del paladar. Su expresión corporal indica no solo desagrado, sino también una falta de empatía o apertura hacia lo que no le es propio. Si no puede aceptar, comprender o al menos respetar lo que el pueblo valora, su capacidad para compartir auténticamente con él se ve comprometida. Compartir no es solo estar presente, es también aceptar, valorar y adaptarse. Y quien no tolera ni el sabor del pueblo, difícilmente podrá entender su alma.

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