MARIANA PRADO: OJOS QUE JUZGAN, ROSTRO QUE NO MIENTE
Esos
ojos, al mirar, expresan un rechazo inmediato. Es una reacción visceral,
espontánea, que revela disgusto sin necesidad de palabras. La incomodidad se
delata en cada parpadeo, en la tensión del rostro, en el gesto apenas contenido
de desdén. En fracciones de segundos, su mente evalúa, compara y juzga. Sus
labios se aprietan, su expresión se endurece. No está conforme. La comida no le
provoca apetito, sino rechazo. No encuentra en ese sabor lo familiar ni lo
deseado. Su paladar, acostumbrado a experiencias más refinadas, no conecta con
esa sencillez, y esa distancia —entre lo que espera y lo que recibe— se
convierte en un silencio elocuente. Lo sabe, lo siente y lo muestra, sin
pronunciar una sola palabra.
P. D.: Una
persona que reacciona con disgusto ante lo que es cotidiano para el pueblo —su
comida, sus costumbres, sus formas de vida— revela una desconexión que va más
allá del paladar. Su expresión corporal indica no solo desagrado, sino también
una falta de empatía o apertura hacia lo que no le es propio. Si no puede
aceptar, comprender o al menos respetar lo que el pueblo valora, su capacidad
para compartir auténticamente con él se ve comprometida. Compartir no es solo
estar presente, es también aceptar, valorar y adaptarse. Y quien no tolera ni
el sabor del pueblo, difícilmente podrá entender su alma.
Comentarios