Reflexión desde Villa Tunari: víctimas sin voz, criminales con derechos; la paradoja penitenciaria
En efecto, una cárcel es
un edificio que se
utiliza para encerrar a los presos. Un preso, por otra parte, es una
persona que fue privada de su libertad como condena por
haber cometido un delito (definición.de).
Ahora bien, si una persona le
quitó el derecho de vivir a otra, ¿Qué derechos puede reclamar para sí misma y
por qué otras personas insisten en reclamar y defender los derechos de ese
preso?
Leí un texto que planteaba
algunas consecuencias del proceso de prisonización para el prisionero, en ello
remarcaba las siguientes consecuencias:
- I. Complejo de inferioridad
- II. Falta de intimidad
- III. Falta de aliciente
- IV. Perdida de autoestima
- V. Problemas sensoriales
- VI. Aislamiento social
- VII. Inseguridad física
- VIII. Carencia familiar
- IX. Falta de ocupación
- X. Necesidades económicas
- XI. Desprecio social
- XII. Carencia de apoyo jurídico (Pinto, 2004, pág. 19-23)
Es evidente que existen
múltiples consecuencias, pero todas ellas derivan de sus propios actos, de sus
malas decisiones y de su conducta reprochable. Por lo tanto, el único
responsable de encontrarse en esa situación y de padecer sus efectos es el
propio preso.
Sin embargo, ¿quién los sostiene?
En respuesta: El Estado, a través de los recursos económicos destinados al
sistema penitenciario. ¿Y de dónde provienen de esos recursos? De los impuestos
y contribuciones de los ciudadanos. En otras palabras, somos nosotros quienes
terminamos manteniendo a estos malhechores. Una nota del año 2022 revelaba que
“a Cochabamba le cuesta más de 11 millones de bolivianos anuales mantener a la
gente que está privada de libertad” (Opinión, 2022).
Pregunto: ¿Hasta qué punto es justo que la sociedad destine más de 11 millones de bolivianos al año para mantener a personas privadas de libertad, en lugar de invertir esos recursos en un proyecto para la sociedad, en educación o salud?
¿A qué viene todo lo mencionado?
Pues bien, el pasado 5 de julio del 2025, una familia en Villa Tunari intentaba
concretar la compra de un terreno cuando fueron brutalmente despojados de su
derecho a vivir y de disfrutar el fruto de su esfuerzo. Ese día perdieron la
vida Gregorio V.T. (37 años), Griselda A.M. (29 años) y sus hijos Brayan (11 años)
y Eric (8 años). ¿Cómo ocurrió? Gregorio V.T. fue acribillado con disparos de arma
de fuego, mientras que su esposa y los dos menores murieron tras recibir
violentos golpes en la cabeza. ¿Y los responsables? Hasta la fecha, 29 de
agosto de 2025, han sido detenidos Yimer Crespo Orellana y Limber Medina Alvarado,
ambos de 25 años, quienes en audiencia de pronunciamiento abreviado admitieron
haber cometido este atroz crimen (Opinión, 2025).
Frente a hechos tan atroces,
resulta inevitable cuestionarse si el sistema penitenciario cumple realmente
con su función de justicia y reparación. Mientras las víctimas y sus familias
son condenadas a un dolor irreparable y a la ausencia definitiva de sus seres
queridos, los responsables reciben alimento, techo y cuidados básicos financiados
por la sociedad. Esta paradoja deja en evidencia una brecha moral y jurídica:
quienes arrebatan vidas siguen gozando de derechos, mientras que las víctimas ya
no pueden reclamar los suyos. De ahí surge la urgencia de repensar hasta qué
punto el modelo actual de sanción responde al sentido de justicia que la sociedad
espera.
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